Sus ojos se cerraban, mientras vertía varias lágrimas.
Saboreaba las últimas caladas de su habano.
Y escuchaba bombear los latidos del reloj.
Le quedaba poco tiempo, él lo sabía, lo daba por hecho.
La habitación tan solo estaba iluminada, por pequeños rayos de luz que se colaban tras la persiana, dándo un ambiente cálido, pero a la vez frío.
Sentado, contemplaba ese vaso de Macallan vacío. Miró la hora y suspiró.
La muerte recorría su cabeza hasta llegar al mismo corazón.
Leyendas de mi mente.