Me gusta verte sonreír en sueños. ¿Te lo he contado alguna vez? Seguro que sí, apareces cada noche.
Alcanzábamos las hojas más altas de los árboles, subiéndonos a ellos. Todo era distinto contigo.
A veces incluso, sobrevolábamos la ciudad, contando las infinitas lucecitas que colgaban bajo nuestros pies, siendo tan simples para los ojos de dos humanos, que se convertían en armas feroces a la belleza de la noche.
Los sueños duraban muy poco, tal vez diez segundos. Sí, diez segundos. Ahora contamos hasta diez, y el tiempo se nos echa encima.
Todo lo que agrupé en mis noches de rareza y danza aprendí que, no importa el tiempo que gastes en disfrutar, sino en el valor conseguido.
Mi valor eras tú, era la noche transformada en sueños que probablemente, nunca íbamos a cumplir.
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